lunes, 4 de febrero de 2013



Después de una eternidad desde el comienzo, de caminos empedrados y vientos de poniente, la pregunta se formulaba sin tener una respuesta. -Porque lo importante no era realmente la respuesta, sino la propia pregunta-.

Sentada en la escalera, con un montón de libros de inglés a su lado, un par de bolígrafos, un movil y el ordenador, había parado el mundo para pensar en él, para recordarle y dedicarle uno de sus momentos.
Ahora estaban juntos, por eso daba igual el tiempo, la distancia, la barrera que el universo quería poner entre ellos, la desconfianza.

Le recordaba, pero sobre todo le imaginaba.
Decir que le esperaba podría sonar absurdo, cuando en el fondo entre sus vivencias, él siempre se había colado. Siempre había estado de forma indirecta.
Confiar en él, idealizarlo... Una persona soñadora nunca podría vivir sin sueños, aunque las personas racionales no creyeran en ella.

Según ella, la vida no estaba hecha para entenderla de forma lógica, coherente, ecuánime sino todo lo contrario, ella dejaba fluir pensamientos, la belleza del caos, la mezcla de color en el arcoiris, un mundo tan sumamente disparatado que llegaba a ser extravagante e incluso pintoresco.

El futuro se había convertido en el lienzo en blanco, un cuadro pintado que nunca acaba de estar terminado, un mundo por descubrir. Por eso, aunque a través de la ventana se viera a aquella jóven sentada en la escalera, lo que allí se encontraba era la princesa de un cuento que observaba curiosamente, cómo el mundo podía girar a su alrededor.

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